ESTUDIO 17:
LOIDA Y EUNICE: FE QUE TRASCIENDE GENERACIONES
BASE BÍBLICA:
2 Timoteo 1:3-5
3 Doy gracias a Dios, a quien sirvo con limpia conciencia como lo hicieron mis antepasados, de que sin cesar, noche y día, me acuerdo de ti en mis oraciones, 4 deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de alegría. 5 Porque tengo presentela fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.
INTRODUCCIÓN:
Loida, junto con su hija Eunice, son dos sobresalientes mujeres de fe que se mencionan por nombre solamente en la segunda carta de Pablo a Timoteo. Vivían en Listra, una provincia romana en Liconia en el sur de Galacia, en Asia Menor, en una ciudad eminentemente pagana.
“Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Aunque la Escritura no da mucha información sobre ellas, podemos conocerlas a través de las dos cartas que el apóstol Pablo escribió a Timoteo, donde el apóstol destaca la influencia que recibió Timoteo de su madre y su abuela. Pablo les hace un reconocimiento por su “fe sincera”. Él sabía que fueron estas mujeres las que contribuyeron para que llegara este joven a ser su “hijo en la fe” (1 Timoteo 1:2).
Aunque la instrucción temprana de un niño judío le correspondía al padre, la primera formación la recibió Timoteo de su madre Eunice, quien era una mujer judía creyente, casada con un hombre griego. Ella representa a la madre cristiana por excelencia en el más amplio sentido de la palabra. Con una fe no fingida, misma que tenía su madre Loida; ambas eran de un mismo sentir y poseían una misma fe e ideales. Las dos temían a Dios, esperaban el cumplimiento de sus promesas y amaban a Timoteo. Sus acciones y sus oraciones fueron fruto del amor que las impulsaba; supieron transmitir las enseñanzas del Dios todopoderoso como fundamento en la vida de uno de los más grandes hombres de la iglesia cristiana.
Mujeres de fe
“La fe sincera que hay en ti”. En Hebreos 11, se nos explica claramente lo que es la verdadera fe: Versículos 1-3: “… la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella recibieron aprobación los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue preparado por la palabra de
Dios, de modo que lo que se ve no fue hecho de cosas visibles”.
“La fe habitó en Loida y en Eunice”. La palabra griega usada para habitó es enoiquéo, una expresión que Pablo usa en varias ocasiones: Romanos 8:11: “Pero si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros…”. Romanos 7:1: “Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí”. Colosenses 3:16: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros”. 2 Corintios 6:16: “…Habitaré en ellos, y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. Esta clase de fe no es algo pasajero o momentáneo, sino que es una fe que habita o mora en el corazón permanentemente.
El padre de Timoteo seguramente impidió que fuera circuncidado a través del rito judío, pero no pudo impedir que la madre educara y le diera testimonio a su hijo de su fe. Seguramente Loida y Eunice ya tenían una verdadera fe antes de conocer las buenas noticias del Evangelio, así como muchas otras personas que creyeron los promesas de Dios y que esperaban su cumplimiento en el Mesías. En el Nuevo Testamento encontramos muchos ejemplos, como el centurión (Lucas 7:19), Esteban (Hechos 5:5) o el mismo Pablo (2 Timoteo 4:7). Los judíos que tuvieron “fe no fingida” escudriñaban las Escrituras para examinar la predicación de los apóstoles y fueron convencidos (Hechos. 17:11). Loida, Eunice y Timoteo habían demostrado la sinceridad de su fe (Hebreos 11:6).
Pablo hizo evidente, al menos en dos ocasiones, que no todos los que lo acompañaron tuvieron una fe sincera. 2 Timoteo 4:10 “pues Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica…”. En la primera carta (1 Timoteo 1:18-19) Pablo anima a Timoteo a que cumpla su propósito y no deje de pelear “la buena batalla” como algunos que la desecharon: “… la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro” (1 Timoteo 1:20).
Maestras de Timoteo
2 Timoteo 3:14-15: “Tú, sin embargo, persiste en las cosas que has aprendido y de las cuales te convenciste, sabiendo de quiénes las has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús”. En medio de una sociedad pagana, donde la idolatría abundaba, Loida y Eunice, no solo fueron ejemplo de “fe no fingida” en Dios, sino que también fueron buenas maestras, por lo que tuvieron que ser buenos ejemplos, y al mismo tiempo transmitieron a Timoteo todo su conocimiento de la Palabra de Dios, recibido de sus antepasados.
Pablo no solo aprueba esta enseñanza, sino que lo exhorta a persistir; él mismo enseñó el Evangelio al joven Timoteo, y lo persuadió de que no solo oyera su doctrina, sino que viera también su práctica. Nosotros no podemos forzar la Verdad en otros, pero lo que sí podemos hacer es que nuestras acciones sean congruentes con nuestra fe. ¿Cómo compartir lo que no poseemos?
Definitivamente no podemos dar a otros lo que no tenemos nosotros mismos. La manera en cómo vivimos habla más de lo que podemos decir. Que importante y ejemplar es lo que estas sabias mujeres hicieron al cumplir con lo que ordena Deuteronomio 4:9: “Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos” (Deuteronomio 6:6-7, 20-25).
Todos tenemos esta responsabilidad: compartir con otros “las buenas nuevas” empezando por nuestra familia; Pablo no tenía hijos naturales, pero sí espirituales, y de igual forma lo hizo dando muestra con su propia vida de lo que Jesús hizo en él. No hacerlo tiene consecuencias eternas (Jueces 2:7-8, 10). La obra de gracia de Dios comenzó con una instrucción temprana. 2 Timoteo 3:15: “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras…”. Loida enseñó a su hija, y ella a su vez a su hijo, el amor y entrega al Dios verdadero, al Dios de pactos, instruyéndolos a través de la Ley y los Profetas, aprendiendo de los personajes bíblicos que sirvieron al Señor fielmente. Esto fue lo que sostuvo a Timoteo como un ancla, protegiéndolo del ambiente tan contaminado por las diferentes filosofías de la época.
Seguramente tanto la madre como la hija hicieron causa común para instruirlo; ellas entendieron y así enseñaron el significado de la obediencia y la sumisión, de la necesidad de someter su voluntad a la voluntad de Dios. Esta fue la mejor herencia de Loida para su hija y nieto, un legado que traspasa generaciones (Deuteronomio 7:9).
Otro aspecto que Pablo menciona, que viene implícito con el conocimiento las Escrituras, es la sabiduría para la salvación por la fe, que es en Cristo Jesús. Seguramente estas mujeres le enseñaron sobre las grandes obras de Dios, y cómo debemos amarle, obedecerle y servirle. Este conocimiento no solo trajo la salvación para ellas mismas y para Timoteo, sino que este conocimiento creó en él un sólido carácter, que fue usado grandemente para la obra del Señor.
Mujeres virtuosas
¿Quién puede calcular el poder y la influencia que una buena madre puede tener en el plan perfecto de Dios? Samuel tuvo necesidad de Ana, Moisés de Jocabed, así como Juan el bautista de Elisabet. En Loida vemos a una mujer virtuosa porque fue una madre y abuela con fe no fingida; sabia para educar a su hija y apoyarla en la educación de su nieto; enseñó a su hija a amar al Señor y serle fiel, dando ejemplo con su propia vida. Eunice igualmente es virtuosa: cumplió con su responsabilidad, transmitió lo que a su vez le fue heredado por su madre; lo vemos a través del fruto que dio su tiempo y dedicación para educar y guiar a su hijo en las enseñanzas de la ley, en el compromiso del servicio, en el temor y en el amor a Dios (Proverbios 22:6).
PREGUNTAS PARA REFLEXIÓN
• ¿Debemos enseñar a los niños desde pequeños las Escrituras? (Proverbios 22:6)
• ¿Se puede fingir la fe? (Juan 6:70-71)
• ¿Para qué necesitamos la fe? (Hebreos 11:6)
• ¿Por qué estudiar las Escrituras? (2 Timoteo 3:16-17, Hebreos 4:12)
• ¿Es suficiente solo conocer las Escrituras? (Santiago 1:22-25)
CONCLUSIÓN
Estas dos mujeres se ganaron un espacio importante en las Sagradas Escrituras, aunque solamente se les mencione solo en un versículo. La influencia de sus vidas fue tan grande que Timoteo se llegó a convertir en la persona de más confianza del apóstol Pablo, un “verdadero hijo en la fe”.
Nadie puede creer por otro, ni dar fe a otro, así como no podemos comer por otro, ni dar salvación a otro. Lo que podemos hacer es instruir en las verdades de la fe cristiana y sobre todo dar testimonio con nuestra vida. La fe personal de entrega a Jesucristo es algo exclusivamente personal, algo que sucede íntimamente entre la propia persona y Dios.
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