Cristo te ama

El florero y la olla

El florero y la olla (cuento infantil)
Por Ana Maria GT
Octubre 21, 2011
Había una vez un hombre que tenía un taller de vasijas de barro. Él las hacía como él quería. Un día se le ocurrió hacer un hermoso jarrón. Le dio un acabado de porcelana y lo pintó a mano. Se veía muy estilizado por la forma que tenía, era ancho en la parte de abajo y angosto en la parte alta.
–Este jarrón se utilizará como florero en la sala de alguna bonita casa y se verá hermoso con cualquier ramo que le pongan. –pensó.
Ese mismo día, decidió hacer también otra vasija. Esta vasija era más grande, redondeada y con un tipo de barro que soportaría altas temperaturas. No era necesario que fuera bonita, ni que estuviera pintada, ya que se usaría como olla para cocinar frijoles.
El alfarero acomodó las dos vasijas en el aparador de su tiendita, junto con muchas otras que también estaban a la venta. Recién las había puesto llegó una señora.
–¡Buenas tardes! ¿Cuanto por la olla para los frijoles y el florero?
–Son doscientos veintisiete pesos –dijo el hombre.
La mujer los pagó y se los llevó. Al llegar a su casa, acomodó en el jarrón de porcelana un hermoso ramo de flores y lo colocó en el centro de mesa de su sala. Enjuagó la olla y la puso sobre la estufa. Más tarde calentaría los frijoles para la cena.
Pasaron los días y el florero se empezó a sentir incómodo en la sala. Casi nadie entraba a ese cuarto y solo sostener las flores, hacía que se sintiera inútil. Cómo le gustaría ser usado en la cocina, en donde todos los días había gente. Servir para algo mejor, ser remojado en agua y sentir el calor del fuego.
Por otro lado, la olla de frijoles se sentía muy fea. Quería ser como el florero; de porcelana, pintado a mano, muy bonito. También quería sostener las hermosas flores en vez de los frijoles. Deseaba ser valorada por su belleza, y no solo por ser útil y necesaria.
Una noche, al mismo tiempo, el florero se fué rodando a la cocina para tomar el lugar de la olla, y la olla se deslizó a la sala para tomar el lugar del florero. Ahora si, estaban en el lugar que querían, por fin harían lo que habían deseado. El florero calentaría los frijoles, y la olla sostendría el hermoso ramo de flores.
Estando en la sala, la olla escuchaba cómo las personas que llegaban decían: “¡Qué hermosas flores! Y esa olla tan fea ¿por qué la tienes en la sala?” La olla se empezó a deprimir por los mismos comentarios que escuchaba una y otra vez por los invitados a la casa.
El florero calentó los frijoles, como había deseado, para pronto darse cuenta que la hermosa pintura que lo decoraba se estaba desgastando y despintando. La porcelana se empezó a desquebrajar porque no estaba preparada para las altas temperaturas, y eso hizo que el florero se sintiera feo, incapaz y se deprimiera.
Después de haber pasado por esa difícil experiencia, cada vasija comprendió el propósito por el cual el alfarero las había creado con características diferentes y especiales. Así, golpeadas, tristes y deprimidas, regresaron al lugar que les correspondía. Después de la experiencia, nunca más volvieron a ser las mismas.
“Como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano” –dice El Señor.

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