Cristo te ama

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ESTUDIO 15:
MARÍA MAGDALENA: LIBRE PARA SERVIR

BASE BÍBLICA:
Lucas 8:1-2
1 Y poco después, Él comenzó a recorrer las ciudades y aldeas, proclamando y anunciando las buenas nuevas del reino de Dios; con Él iban los doce, 2 y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios.

Marcos 16:9
9 Y después de haber resucitado, muy temprano el primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado fuera siete demonios.

INTRODUCCIÓN:
El nombre de María Magdalena es uno de los más conocidos de la Biblia. Aparece al menos en 12 ocasiones en los cuatro Evangelios. Al mismo tiempo, su nombre es el menos comprendido, debido a las leyendas que han rodeado a esta extraordinaria mujer. No hay evidencia bíblica de que haya sido prostituta, adúltera o la anónima mujer pecadora que menciona el Evangelio de Lucas, quien también lavó los pies de Jesús con sus lágrimas (Lucas 7:37-38).

Jesús evitaba todo motivo de escándalo y los fariseos eran expertos en encontrar faltas a los demás; sin embargo, no lo acusaron nunca de que una de las mujeres que lo acompañaba era una mujer de reputación dudosa. El nombre de María era común entre las mujeres hebreas (Lucas 1:26-27, Juan 11:1, Hechos 12:12, Romanos 16:6).

Para distinguirla de las que llevaban el mismo nombre y que acompañaban a Jesús, Lucas la llama “María, llamada Magdalena”, haciendo referencia a su lugar de origen, en la comunidad pesquera de Magdala, situada muy cerca de Capernaúm, base del ministerio de Jesús en Galilea. Probablemente era viuda o soltera y con posibilidades económicas para viajar y ayudar al ministerio con sus recursos (Lucas 8:2-3); no sabemos su edad, pero tal vez era mayor y ocupaba un lugar de respeto entre las demás mujeres, ya que en las 9 ocasiones que su nombre está junto al de otras, siempre es mencionada en primer lugar, con la excepción de (Juan 19:25), cuando se encontraba en la cruz, junto a María la madre de Jesús.

Lo que sabemos de su pasado, es que había sido liberada de una posesión demoníaca, como testimonio de la misericordia y gracia de Cristo para con ella (Lucas 8:2, Marcos 16:9). En ese tiempo, que las personas estuvieran poseídas por demonios era común.
Hay muchos milagros de liberación registrados en la Escritura con diferentes manifestaciones (Mateo 8:16, Marcos 7:26), pero en el caso de ella no se conocen. Podemos imaginar que era una persona sin control sobre su voluntad y su razón, hasta el día que se encontró con Jesús; María se llenó con el Espíritu Santo, quien la liberó para siempre de su tormento (2 Corintios 3:17).

Isaías profetizó de Jesús: “El Espíritu del Señor esta sobre mí… Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos… para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor” (Lucas 4:18-19, 21). Hoy, como en ese tiempo, Jesús llega a nosotros cuando reconocemos que estamos en cautividad de pecado, nos perdona y libera del poder de Satanás; Él nos regala sanidad y restauración.

Entregada al servicio
María Magdalena está presente en los momentos más importantes de la vida de Jesús: durante su ministerio y período de hacer milagros, durante la crucifixión, su entierro y en su gloriosa resurrección. Fue receptora así como testigo de los milagros de Jesús. Su vida no fue meramente reformada, sino completamente transformada. Jesús la sacó del pozo de la desesperación; en un momento la había sanado y en otro la había convertido en una mujer cuerda y fuerte. Su lealtad y su generosa gratitud las manifestó convirtiéndose en una ardiente y activa seguidora de Jesús por el resto de su vida. María Magdalena se unió al círculo cercano de los discípulos y de las otras mujeres que viajaban con Jesús en sus viajes largos: Lucas 8:1-3: “Y poco después, Él comenzó a recorrer las ciudades y aldeas, proclamando y anunciando las buenas nuevas del reino de Dios; con Él iban los doce, y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios… y muchas otras que de sus bienes personales contribuían al sostenimiento de ellos”.

La mayoría de los rabinos de esa cultura no permitían a las mujeres que fueran sus discípulas. Jesús instó tanto a hombres como a mujeres a tomar su yugo y aprender de Él.
Esto es evidencia de cómo el Señor siempre ha honrado a las mujeres. Cuando arrestaron a Jesús, todos los discípulos, a excepción de Juan, se habían ocultado aterrorizados. María Magdalena y la madre de Jesús, así como otras de las mujeres, siguieron a la cruz rodeadas por la multitud enardecida que le lanzaba insultos (Mateo 27:55-56). María Magdalena prefirió quedarse a su lado para sostener con su brazo a María, siendo ella misma testigo de los sufrimientos de Jesús, todo antes que separase de Él.
Cuando Jesús despidió a su madre (Juan 19:25-27), María Magdalena se mantuvo ahí. La Escritura dice que estaban “junto a la cruz”, es decir, lo suficientemente cerca para escucharlo y acompañarlo hasta que sobrevino su muerte. Aun en esos momentos permaneció fiel junto a Él. “Y las mujeres que habían venido con Él desde Galilea siguieron detrás, y vieron el sepulcro y cómo fue colocado el cuerpo» (Lucas 23:55).

Fue gracias a ella que los discípulos supieron dónde había sido puesto el cuerpo de Jesús, después de que fue recuperado por José de Arimatea (Marcos 15:43, 47). El amor de María Magdalena por Cristo era tan fuerte como el de ellos. No olvidaba su perfecta bondad, justicia, ternura y misericordia. Después de lo que Él había hecho por ella, verlo en esas condiciones le rompió el corazón, pero estaba decidida a lavarlo y a ungirlo apropiadamente.
Lucas 23:56 describe esta situación: ella y la otra María regresaron y prepararon sus propias especias aromáticas y perfumes, antes de que comenzara el sábado, esperando ir a la tumba pasando esta celebración. María Magdalena había permanecido más tiempo que ninguna otra persona junto a la cruz.

Y al amanecer del primer día de la semana, tal era su ansiedad por llegar, que se adelantó, solo para encontrar la tumba vacía (Juan 20:1-2). Claro que en ningún momento había pasado por su mente, al igual que a los discípulos, la posibilidad de la resurrección; a todos se les olvidaron las palabras con las que Jesús les había anunciado que esto pasaría.
Lo primero que pensó era que alguien había robado el cuerpo de Jesús. Corrió a decírselo a los discípulos, y estos, al ver las envolturas de lino puestas allí y el sudario que había sido puesto sobre la cabeza de Jesús enrollado en un lugar aparte, creyeron lo mismo. “Porque todavía no habían entendido la Escritura, que Jesús
debía resucitar de entre los muertos, los discípulos se fueron a sus casas” (Juan 20:9-10).

Pero María Magdalena, ahora con nuevo dolor, se quedó afligida llorando y fue cuando se encontró con “dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Y ellos le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Al decir esto, se volvió y vio a Jesús que estaba allí, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras?” (Juan 20:11-16) ¡Su Señor, el Maestro, el Cristo, quién la libertó, había resucitado! Fue hasta que escuchó su nombre: ¡María!, que reaccionó: ¡Raboní! ¡Maestro! Ella reconoció la voz de su Pastor (Juan 10:27). Su pena se convirtió es una inmensa alegría, tanto que no lo quería dejar ir. Lo abrazó, de tal manera que el Señor le dijo: “Suéltame porque todavía no he subido al Padre” (Juan 20:17).

Todavía tendría que aprender que Él no la dejaría y que estaría con ella, en un sentido espiritual, hasta el fin del mundo. A ella se le dio el honor de ser la primera persona en verlo y oírlo después de la resurrección; también es la primera en llevar el mensaje del Señor resucitado (Juan 20:17-18).
Temblando por la sorpresa y por el gozo que sentía, llevó apresuradamente el glorioso mensaje de esperanza y de aquella verdad que es el centro de nuestra fe a los discípulos entristecidos que lloraban su muerte (Marcos 16:9-10).

María Magdalena es ejemplo de amor y devoción hacia Jesús; ella es un símbolo de la verdadera adoración y entrega. Su motivación simplemente era servir a Dios, sin esperar nada a cambio. Ella es el modelo de persona para las que el Maestro ocupa siempre el primer lugar en sus vidas y en sus corazones. Ahora cada uno de nosotros debemos recordar y dar testimonio cada día y en cualquiera que sea nuestra circunstancia de lo que Jesús ha hecho a nuestro favor y servirlo a Él a través del servicio a otros.

PREGUNTAS PARA REFLEXIÓN
• ¿Cómo podemos resistir al diablo? (Efesios 6:10-13)
• ¿Qué debemos hacer para manifestar nuestro amor a Cristo?
• ¿Quién es nuestro mejor ejemplo de servicio? (Filipenses 2:3-7)
• ¿Crees que Dios puede sorprenderte? (1 Corintios 2:9)
• ¿Cómo das testimonio de tu amor y gratitud a Cristo?

CONCLUSIÓN
María Magdalena fue sanada y transformada por la gracia y misericordia de Dios, dio testimonio de su fe, siempre fue fiel a Jesús, valiente en la cruz, grandemente agradecida y tocada por el amor del Señor. Tuvo el gran privilegio de ser la primera persona que lo vio resucitado; este es su legado, que no le será quitado ni compartido con alguien más; fue la primera que lo adoró postrada a sus pies, después de la resurrección, y además fue la primera encargada de llevar las buenas noticias de su resurrección.

Esta es la misma comisión que tenemos todos los que hemos aceptado a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador: dar testimonio llevando al mundo el mensaje de que Jesús no se quedó en la tumba, sino que resucitó y que estará con nosotros hasta la eternidad.

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