ESTUDIO 14:
MARTA Y MARÍA: TRABAJO Y ADORACIÓN
BASE BÍBLICA:
Lucas 10:39-40 38 Mientras iban ellos de camino, Él entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. 39 Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Pero Marta se preocupaba con todos los preparativos; y acercándose a Él, le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
INTRODUCCIÓN:
Marta y María se presentan en la Escritura constantemente juntas; vivían con su hermano Lázaro, en la pequeña aldea de Betania, a corta distancia de Jerusalén. Tanto Lucas como Juan cuentan que Jesús disfrutaba de la hospitalidad de esta familia, con quienes estuvo por lo menos en tres ocasiones cruciales. Estas mujeres eran muy diferentes entre ellas, pero iguales en un asunto esencial: ambas amaban a Cristo. Él fue el centro de mayor expectación para cada una de las mujeres del Antiguo Testamento y fue intensamente amado por las principales mujeres del Nuevo Testamento. Marta y María se convirtieron en apreciadas amigas personales de Jesús durante su ministerio terrenal.
De la descripción que hace Lucas podemos ver que Jesús hizo de esa casa su hogar. La hospitalidad es un distintivo particular de Marta; ella era la dueña de la casa (Lucas 10:38) y cabeza de la familia; seguramente la hermana mayor, ya que su nombre siempre va primero al mencionar el de sus hermanos. Marta tuvo el privilegio de ser la anfitriona del más grande Ser que ha pisado la tierra. Hay tres relatos muy significativos en la Escritura que nos hablan de la personalidad de cada una de estas mujeres.
¿Qué es primero: el servicio o la adoración?
La primera ocasión que las encontramos en el Nuevo Testamento es en Lucas 10:38-42; vemos que hay un pequeño conflicto entre las hermanas sobre cómo demostrar la devoción a Cristo. Por un lado, Marta afanada con los preparativos para recibir a Jesús, el invitado de honor. La podemos imaginar yendo y viniendo para que todos los detalles estuvieran perfectos; tal vez ella misma limpiando y cocinando para la ocasión, como lo hacemos nosotros cuando queremos agasajar a alguien muy importante. Mientras que su hermana María, con un temperamento totalmente opuesto, era tranquila y reflexiva; anhelaba la llegada del invitado para escucharlo y no quería perderse ni un momento de su presencia.
Marta estaba tan ocupada y cansada que se sintió irritada al ver a su hermana que no hacía nada para ayudarla en un día tan importante. Marta hizo un reproche, exhibiendo a María que estaba sentada a los pies de Jesús, atenta, escuchándolo. A Marta, como a muchos de nosotros, el trabajo la controlaba por completo, y en su angustia pone a Jesús en medio de esta situación, segura de que Él tomaría partido por ella. La respuesta de Jesús fue: “Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada” (Lucas 10:41:42). Jesús le revela, con un tono casi paternal, dónde estaba el problema: no era que ella no lo amara, sino que la ansiedad y la preocupación por el servicio le estaban robando el gozo; Él conocía el corazón de las dos hermanas, las amaba y estaba agradecido por sus atenciones, pero Marta necesitaba aprender que había otras maneras de servir al Señor, y que en el momento que dejó de escucharlo y se ocupó en otra cosa desvió su corazón y su atención; su perspectiva se volvió egocéntrica.
Es peligroso para los creyentes que mientras estamos tan ocupados haciendo cosas para Él, comenzamos a descuidar el oírlo y se nos olvida agradecerle lo que ha hecho por nosotros. Marta pudo entender la gran lección que le fue dada. Podemos tener un equilibrio al servir, cuidando la relación con la familia y con el Invitado que está siempre presente. Más adelante, en la cena en casa de Simón, la vemos servir con tranquilidad y escuchar con atención las importantes palabras de Jesús, con un corazón agradecido y lleno de amor, como estaba María al ungir los pies del Maestro (Juan 12:1-2).
La mayor prueba de su fe
La segunda ocasión que narra la Biblia es en Juan 11, donde encontramos una conmovedora historia de gran belleza que tiene lugar en la casa de Marta, cuando lloran la muerte de su hermano. En ella descubrimos la humanidad de Jesús en las breves pero dramáticas palabras: “Jesús lloró” (Juan 11:35). Vemos el amor y la compasión que demostró “el Amigo que es más que hermano”.
Cuando la familia agasajó a Jesús durante la cena, María fue alabada por “haber escogido la parte buena”, pero cuando su hogar se vio sumido en el dolor, de manera inesperada, fue Marta la que destacó por enfrentar las tribulaciones de la vida sin hundirse bajo su peso. Habían mandado un mensaje urgente a Jesús: “El que Tú amas está enfermo” (Juan 11:3); estaban muy seguras de que el Médico divino vendría y sanaría a su hermano. Jesús amaba a Lázaro y a sus hermanas, pero al recibir el mensaje dijo que no era de muerte sino para la gloria de Dios y se tardó dos días más; Él tenía un plan (Juan 11:14-15).
Jesús llega cuatro días después de que Lázaro había fallecido. En ese momento, María se encuentra en su casa acompañada de la gente que fue a consolarlas, pero Marta, al enterarse de que Él llega, sale a su encuentro; en medio de su aflicción, lo aborda, casi con un reclamo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Luego parece auto corregirse y le declara: “Aun ahora, yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá” (Juan 11:21-22). Ella sabía que para Dios no hay nada imposible. Marta entra en un diálogo con el Maestro acerca de las grandes verdades de la redención (Juan 11:24-27), y cuando Jesús le pregunta “¿Crees esto?”, su respuesta manifiesta su convicción y fe: “Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo” (Juan 11:27). Marta demuestra la fortaleza de su esperanza.
Habiendo dicho esto, llamó a su hermana en secreto y le avisó que Jesús quería verla. María salió rápidamente; al verla la gente que las acompañaba la siguió, pensando que iba a la tumba a llorar. María al ver a Jesús, no pudo contenerse y se arrojó a sus pies, con el corazón en la mano, usando las mismas palabras que su hermana: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Cuando Jesús fue testigo de la aflicción de María y escuchó a los que hacían duelo, llorando y lamentándose, su compasivo corazón se entristeció y Jesús lloró (Lucas 19:41, Hebreos 5:7).
Teniendo a Marta y a María a su lado, así como muchos judíos que habían venido de Jerusalén, realizó el último y uno de sus más grandes milagros registrados en la Escritura. Cuando Jesús dijo: “Quitad la piedra” (Juan 11:39), Marta se apresuró una vez más a aconsejar a su Señor: “Señor, ya hiede, porque hace cuatro días que murió”. Jesús le responde con mucha paciencia y amor: “¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:39-44). Jesús devuelve a la vida a Lázaro; el milagro fue mucho mayor que si solo lo hubiera sanado. Esto confirmó la fe de Marta y llenó de gratitud los corazones de las hermanas.
Muchas personas creyeron en Él después de este milagro, pero este también provocó la determinación de los líderes judíos de enviarlo a la muerte.
Un acto de amor para recordar
La tercera ocasión la Escritura describe a María como una mujer que tenía el don de escuchar (Lucas 10:39); su alma estaba sedienta y ella escoge la buena parte: centrar en Cristo su total adoración y devoción, aquella que no le sería quitada. Humildemente se sentaba a los pies del Maestro, ajena a lo que sucedía a su alrededor. Ella escogió esto como una prioridad más alta que el servicio (Juan 4:23). Días antes de la Pascua, hubo una cena en Betania, en casa de Simón el leproso; en ella se encontraban Jesús y Lázaro, como huéspedes de honor; Marta, quien servía, seguramente ahora para agradecer a Jesús por haber resucitado a su hermano; y María quien se convierte en la protagonista, con la forma de mostrar su agradecimiento al Señor (Juan 12:1-2). María se acerca a Jesús, rompe un costoso frasco de perfume, lo derrama sobre los pies del Señor, y con una devoción absoluta se soltó el cabello y con él los secó humildemente. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume (Juan 12:3, Mateo 26:7, Marcos 14:3).
Esta vez no sabemos que Marta se opusiera; parecía que había aprendido que hay un lugar para la alabanza y la adoración, y esto era lo que su hermana estaba haciendo. Jesús recibe este regalo y ve el corazón de María, aprobando su acto de agradecimiento, ante el reclamo de los discípulos; Él la recompensa confiriéndole un reconocimiento que el mundo no olvidaría (Mateo 26:13). Esto no fue un acto improvisado: desde su casa María había llevado el perfume, cuyo costo equivalía al salario de un año de un trabajador.
La adoración amorosa de María a Cristo simbolizaba derramar una ofrenda sobre la mayor ofenda jamás dada. Ella lo preparó para la sepultura y nos deja una gran lección: una verdadera adoración es poner a los pies de Cristo todo lo que somos y todo lo que poseemos.
PREGUNTAS PARA REFLEXIÓN
• ¿Crees que Dios se tarda en cumplir sus promesas? (2 Pedro 3:9)
• ¿Para qué debemos usar nuestros dones? (1 Pedro 4:10-11)
• ¿Qué debemos hacer con las preocupaciones? (Filipenses 4:6-7)
• ¿El servicio es importante para Dios? (Santiago 2:25-26)
• ¿Con cuál de las dos hermanas te identificas?
CONCLUSIÓN
Jesús merece que lo honremos y adoremos por la obra que ha hecho en nuestra vida; la adoración nos permite poner nuestra vida a sus pies. Nuestro sacrificio de adoración es una ofrenda de suave aroma que apunta a Jesús, el más grande sacrificio jamás hecho. Al Señor le interesa el corazón detrás del servicio.
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