Cristo te ama

Elizabeth PDF a TXT

BASE BÍBLICA:

Lucas 1:41-43
41 Y aconteció que cuando Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue
llena del Espíritu Santo, 42 y exclamó a gran voz y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto
de tu vientre! 43 ¿Por qué me ha acontecido esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?

INTRODUCCIÓN:
El Evangelio de Lucas, antes de narrar el
relato más sublime y mundialmente conocido del nacimiento de Señor, comienza con la historia de Juan el Bautista. Este gran
hombre que fue el hijo de una extraordinaria
mujer llamada Elisabet. Todo estaba listo para
el cumplimento de las palabras que los profetas habían anunciado (Isaías 40:3, Malaquías 3:1, Mateo 3:3).
Transcurrieron cuatrocientos años desde la
última profecía en la que Malaquías había clamado: “He aquí, yo envío a mi mensajero, y él
preparará el camino delante de mí…”.
Elisabet vivía en Hebrón, en la región montañosa de Judea; su nombre significa “Dios es mi
juramento”. Era una mujer de edad avanzada,
descendiente de Aarón, casada con Zacarías,
sacerdote del grupo de Abías. Ambos eran descendientes de la orden sacerdotal, maduros espiritualmente, fieles y honestos; dice la Escritura que eran justos y se conducían intachables en
todos los mandamientos y preceptos del Señor.

Su temor a Dios:
Una de las primeras virtudes mencionadas de
Elisabet y de su esposo, es que: “Ambos eran
justos delante de Dios” (Lucas 1:6a). Esta descripción nos revela que ellos eran congruentes en
su manera de vivir y no buscaban quedar bien
con las personas a quienes Zacarías tenía que
servir como sacerdote, sino que su objetivo
principal era hacer el bien delante de Dios. Esta
justicia es solamente una expresión que resume
la gran conciencia que ambos tenían acerca de
la importancia de hacer delante de Dios todo
lo que es bueno. Hacer lo justo no se refiere
únicamente al momento de presentarse en la
casa de Dios en donde antes se manifestaba su
presencia, sino que se refiere a la decisión de
hacer siempre el bien en cualquier lugar donde
se encontrasen, pues Dios está presente en todas partes; por lo tanto uno siempre se encuentra delante de Dios, quien todo lo ve. Esto es
tener temor de Dios, lo cual no solamente fue
una responsabilidad de Zacarías, sino también
de Elisabet como su esposa.

Otra descripción relevante que tenemos de
Elisabet y su esposo, es que: “… andaban
irreprensibles en todos los mandamientos y
ordenanzas del Señor” (Lucas 1:6). Andar irreprensible es una forma de referirse a la conducta que uno deja ver ante la gente que está
a nuestro alrededor. No que no tuvieran pecado, sino sin reproche, sin engaño (Juan 1:47). Al
respecto de esta conducta, la versión Nueva
Traducción Viviente dice que: “eran… cuidadosos en obedecer todos los mandamientos y las ordenanzas del Señor” (Lucas 1:6, NTV).
Es notorio que Elisabet, como ayuda idónea
de Zacarías, lo consideró como un deber que
también a ella le correspondía. No se deslindó
de esta responsabilidad, sino que verdaderamente, junto con su esposo, tuvo la profunda
conciencia de que sus acciones a la vista de
las personas reflejaran una conducta fiel a los
estatutos del Señor.
Este matrimonio ejemplar tenía dos problemas: No tenían hijo porque Elisabet era estéril y ambos ya eran de edad avanzada.
Muchos personajes del Antiguo Testamento
nacieron de madres que habían sido estériles,
como Isaac (Génesis 11:30, 21:1-3), Jacob y Esaú (Génesis 25:21, 24-26), José (Génesis 29:31, 30:22-25), Sansón
(Jueces 13:2-3, 24) Samuel (1 Samuel 1:2, 19-20).
En el caso de Elisabet, Dios en Su soberanía
no le había dado esta gran bendición en su
juventud y tanto ella como su esposo habían
comenzado a perder la esperanza de que esto
sucediera. Pero ella no lo consideró como motivo para amargarse o reaccionar en contra de
Dios y por ello no estar dispuesta a servirle;
ambos vivían y lo hacían de todo corazón.
Dios tenía un plan mucho mayor: los había
escogido para manifestar Su poder, les daría
el privilegio de ser los padres de Juan el Bautista, de quien dijo Jesús: “entre los nacidos
de mujer, no hay nadie mayor que él” (Lucas
7:28).

Una fe manifiesta:
Cuando Zacarías ejercía su ministerio sacerdotal, el cual podía tocarle por sorteo una vez
en la vida, recibió un mensajero enviado del
cielo; era el ángel Gabriel (Lucas 1:11 y 19) quien le
que dijo que su petición había sido escuchada
y que Elisabet, su esposa, “dará a luz un hijo”
(Lucas 1:13), a quien le pondría por nombre Juan,
“porque él será grande delante del Señor; no
beberá ni vino ni licor, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre”.
Vemos cómo las oraciones de fe nunca son
olvidadas por Dios.
A pesar de ser un hombre justo e irreprochable delante del Señor, la presencia de este ser
sobrenatural lo turbó y expresó palabras de
incredulidad: “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada” (Lucas 1:18). Él quería una prueba; no le
fue suficiente la presencia del ángel para saber
que Elisabet iba a concebir un hijo. Zacarías
recibió la prueba, quedando mudo por determinación divina hasta que la promesa se
cumpliera. Ni siquiera pudo decirle audiblemente a su esposa lo que había recibido del
ángel, la buena noticia de que ella quedaría
embarazada. Elisabet no recibió, como en el
caso de su prima María, la visita de un ángel
para anunciarle que ya había sido habilitada
para la concepción, pero al darse cuenta de
que estaba embarazada, sus palabras fueron
verdaderamente llenas de fe, y sin duda una y
otra vez las usó para testificar diciendo: “Así
ha obrado el Señor conmigo en los días en
que se dignó mirarme para quitar mi afrenta
entre los hombres” (Lucas 1:25).

Su humildad:
Cuando Lucas describe la procedencia familiar de Elisabet, menciona que “era de las hijas de Aarón” (1:5), ella provenía de una de
las familias más notorias y distinguidas en
todo Israel, por el derecho hereditario sacerdotal que desde hacía más de mil años habían
desempeñado. Tan solo por eso podía tener
motivo para sentirse importante, pero no sucedió así con ella, sino que se puede apreciar
su humildad en diversas ocasiones. Versículos
más adelante, leemos que por intervención de
Dios ya había podido concebir y llevaba seis
meses de embarazo cuando fue visitada desde Nazaret de Galilea, nada menos que por
su parienta María, una joven mucho menor
que ella, quien también era portadora de un
embarazo extraordinario del cual nacería el
Salvador. Elisabet era una mujer “de edad
avanzada” (1:7), pero sus palabras a María dejan ver su humildad, al decirle: “¿Por qué se
me concede esto a mí…?” (Lucas 1:43). Ella ve

como un honor el que haya sido visitada por
su prima, una sencilla jovencita, que privilegiadamente llevaba en su vientre a quien sería el Salvador. Ella no toma ninguna ventaja
por su edad para imponerse como la persona más importante, ni porque Dios mismo le
haya querido favorecer con un hijo, que sería
“grande delante del Señor”.
La primera en el Nuevo Testamento que profetiza y reconoce a Jesús como el Señor
Lucas 1:42: “Y aconteció que cuando Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre”. Seguramente ella ya había
experimentado cierto movimiento de su bebé,
pero ahora era algo excepcional, el propio
bebé la alertó de que ¡estaba frente al Mesías!
Aunque todavía era un embrión, era Aquel a
quien él mismo le prepararía el camino.
“Y Elisabet fue llena del Espíritu Santo”, es
decir, el Espíritu daba testimonio de quién es
Jesús (Mateo 16:16-17). El Espíritu de Dios vino sobre ella, para que expresara sus sentimientos
bajo el impulso divino, no por su propia iniciativa: “Y exclamó a gran voz y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu
vientre!” (Lucas 1: 42). Elisabet se dirige al Hijo
de María, llamándolo “bendito”, fue la primera en llamarlo así en el Nuevo Testamento
(Mateo 21:9, Mateo 23:39, Marcos 11:9, Juan 12:13). Y cuando dice: “… que la madre de mi Señor venga
a mí”, Elisabet se anticipa al mundo cristiano
el cual más tarde y por inspiración del Espíritu Santo llamó a Jesús “Señor” (Romanos 10:9, 2
Corintios 4:5, Juan 20:28, Hechos 2:36). Después de esta
visita, María regresó a Galilea fortalecida y
consolada.
No tardó Elisabet en regocijarse con su esposo por el nacimiento de su hijo a quien llamó
“Juan”, la gente quedó intrigada por cómo lo
llamaron, pero se sorprendieron más cuando
el propio Zacarías tomó una tabla y escribió:
“su nombre es Juan”, y en ese momento recuperó el habla.
Tanto Elisabet como su esposo fueron padres
responsables, que dieron testimonio con sus
vidas; seguramente oraban al Señor todo el
tiempo para recibir sabiduría y dirección (Jueces 13:8), pues tenían la gran responsabilidad no
solo de educar a su hijo, sino a quien sería
el mayor profeta del pueblo de Israel, su hijo
que había sido escogido por Dios para cumplir con una gran tarea: preparar el camino al
Mesías y predicar el bautismo del arrepentimiento y de la fe.

PREGUNTAS PARA REFLEXIÓN
• ¿Crees que Dios puede cambiar un diagnóstico? (Mateo 19:26, Marcos 10:27)
• ¿Qué debemos hacer mientras esperamos
la respuesta a nuestras oraciones? (Lucas 1:6)
• ¿Reflejas cada día la humildad que corresponde a un verdadero hijo de Dios?
(Filipenses 2:3)
• ¿Compartes palabras de fe a las personas
a tu alrededor? (Juan 3:16)
• ¿Escucha Dios nuestras oraciones? (1 Juan
5:14)

CONCLUSIÓN
El matrimonio de Elisabet y Zacarías daba
buen testimonio de su fe, honraban a Dios y
eran perseverantes en el servicio y en la adoración. Aunque ella era estéril, Dios los escogió para darles como hijo a Juan el Bautista,
de quien Jesús dijo: “es el hombre más importante que ha existido” (Lucas 7:28).
Dios premia la fidelidad; Él nos anima a seguir constantes en la oración, a no desfallecer.
Él renueva nuestras fuerzas, así que mantengámonos firmes; Dios siempre escucha nuestras oraciones.
Solo caminando con Él llegaremos al cumplimiento del plan divino. Busca a Dios y prepárate porque grandes cosas empezarán a ocurrir.

Enter your Email Address

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *