Dos palabras tan sencillas, y sin embargo, tan difíciles de pronunciar: «Dios, perdóname».
¿Qué es lo que impide que reconozcamos que hemos desobedecido a Dios o que vengamos delante de Él, a pedirle perdón?
1 ¡Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubre su pecado! 2 Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el Señor les borró la culpa de su cuenta, los que llevan una vida de total transparencia! 3 Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Salmo 32:1-3
Muchas veces sentimos que nuestro cuerpo se consume, que no tenemos energía, nos sentimos desgastados y pensamos que son cosas externas las que impiden que tengamos gozo y paz en nuestro diario vivir. Buscamos razones para justificar nuestra falta de gozo, y buscamos psicólogos o filosofías que puedan explicarnos porqué es que nos sentimos así, y esperamos que otros nos digan la fórmula para tener sanidad y paz.
David, con un corazón sincero, pudo reconocer el por qué su cuerpo se consumía y comprendió la razón de la angustia que sentía, por la cual gemía todo el día. Reconoció que había pecado en su vida que no había confesado a Dios. Se mantenía callado delante de Dios tratando de ocultar su culpa; y entendía que Dios lo estaba disciplinando. 4 Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano.
Pero en vez de alejarse de Dios, tomó una sabia decisión… 5 Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: «Le confesaré mis rebeliones al Señor», ¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció.
Y comprendió la importancia de la oración: 6 Por lo tanto, que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio. 7 Pues tú eres mi escondite; me proteges de las dificultades y me rodeas con canciones de victoria.
Después de haberle confesado a Dios su pecado, y saberse perdonado, escuchó con mayor claridad la voz del Señor: 8 El Señor dice: «Te guiaré por el mejor sendero para tu vida; te aconsejaré y velaré por ti. 9 No seas como el mulo o el caballo, que no tienen entendimiento, que necesitan un freno y una brida para mantenerse controlados».
Solamente Dios puede abrirnos el entendimiento, para que podamos comprender el gran amor que tiene para los que confiamos en Él y lo obedecemos. 10 Muchos son los dolores de los malvados, pero el amor inagotable rodea a los que confían en el Señor. 11 ¡Así que alégrense mucho en el Señor y estén contentos, ustedes los que le obedecen! ¡Griten de alegría, ustedes de corazón puro! Salmo 32
No habemos ni uno justo, que tengamos un corazón puro, porque todos hemos pecado; pero cuando lo reconocemos y lo confesamos a Dios; Él nos limpia con su sangre, la que derramó en la cruz, cambia nuestro corazón de piedra por uno limpio y sensible, y el gozo que esto produce, nos hace gritar de alegría, alabarlo y bendecirlo con todo nuestro corazón. 18 Vengan ahora, y razonemos, Dice el Señor: “Aunque sus pecados sean como la grana, Como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, Como blanca lana quedarán. 19 Si ustedes quieren y obedecen, Comerán lo mejor de la tierra. 20 Pero si rehúsan y se rebelan, Por la espada serán devorados.” Ciertamente, la boca del Señor ha hablado. Isaías 1:18-20
«Gracias Dios, por darnos el don de arrepentimiento para reconocer nuestra independencia y nuestro pecado, gracias por la necesidad que pones en nuestro corazón de venir delante de Tí y pronunciar estas dos palabras: Dios perdóname…; gracias por tu misericordia y perdón inmerecido, y gracias por la abundancia de vida en gozo y paz que Tú, Jesús, has venido a darnos. Gracias por ser mi Señor.»
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