Cristo te ama

5.- Padre Nuestro que estás en los cielos (b)

BASE BÍBLICA:
Mateo 6:9
9
“Vosotros, pues, orad de esta manera: Padre nuestro que estás en los cielos…”.

INTRODUCCIÓN:
Jesús nos enseña a orar “Padre nuestro que estás en los cielos”, teniendo siempre presente a quién nos dirigimos y el privilegio que tenemos de acercarnos a Él de esta manera. Era inusual hacerlo en la época de Jesús porque era muy íntimo, pero nosotros, gracias al sacrificio de Jesús, podemos entrar confiadamente al trono de gracia para hablar con nuestro Padre (Hebreos 4:16). Es la más preciosa relación que podemos tener: una relación de confianza y amor.

“Que estás en los cielos”: Con esta expresión hacemos referencia a su gloria, santidad, majestad y poderío. Es como una brújula que nos guía y nos dirige al Dios todopoderoso, soberano Creador del universo, que gobierna y juzgará todas las cosas, pero también a quien es nuestro Padre amoroso, paciente y misericordioso que está en los cielos siempre dispuesto a escucharnos (1 Reyes 8:27).

Los cielos
“Los cielos son la obra de sus manos…” (Salmos 102:25b). Cuando usamos el término cielo evocamos la imagen de un paraíso, un lugar de dicha eterna y felicidad perfecta. La mayoría de las personas cree que solo hay un cielo, ese lugar donde vive Dios con sus ángeles y seres celestiales. Pero nuestro Dios no tiene limitaciones ni en la tierra ni en los cielos. Él es omnipotente, tiene todo el poder; es omnipresente, está en todo lugar; y es omnisciente, todo lo sabe; además tiene poder universal y supremacía sobre toda la creación, incluyendo a todos los cielos (Isaías 66:1).

En hebreo, la palabra cielos —shemayim— es el plural del sustantivo cielo, lo que indica “más de un cielo”. El apóstol Pablo señaló: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (no sé si en el cuerpo, no sé si fuera del cuerpo, Dios lo sabe) el tal fue arrebatado hasta el tercer cielo…” (2 Corintios 12:2).
Si Pablo habla de que estuvo en el tercer cielo, podemos dar por hecho que hay un primero y un segundo cielo.

El primer cielo
El primer cielo abarca hasta donde nuestro ojo puede ver, con o sin ayuda de telescopios o naves espaciales; contiene al sol, la luna y las estrellas. Esto solo representa una minúscula parte de la majestad creativa de Dios. “Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de tus manos” (Hebreos 1:10).

Los seres humanos han tratado de conquistar los cielos por motivos egoístas. “Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la faz de toda la tierra” (Génesis 11:4).
Erigieron una torre (Babel) donde adoraban lo creado y no al Creador; rendían culto al sol, la luna y las estrellas. Dios confundió sus lenguas y los dispersó a lugares distantes.

Nuestro Padre no creó los astros para ser adorados, sino para confirmar la majestad de Él; ellos anuncian la gloria del Señor (Salmos 19:1), los creó para sostener la tierra y dividir las estaciones del año (Salmos 104:19). Él mismo los usó para reafirmar su pacto con Abraham (Génesis 15:5; 22:17; 26:4); con David y sus descendientes (Salmos 89:34-37); para guiar a los sabios de Oriente que siguieron una estrella divinamente asignada para encontrar al verdadero Rey (Mateo 2:1-2). Los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella pertenecen al Señor y están bajo su dominio.

El segundo cielo
Efesios 6:12: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales”. Lo que Dios ha establecido Satanás quiere destruirlo; él dirige su hostilidad hacia la humanidad. Un ejemplo que comprueba esta lucha entre el bien y el mal es el pasaje del libro de Daniel, donde el ángel le dice que su oración no había sido contestada por la oposición del príncipe de Persia, que representa a un principado espiritual (Daniel 10:12-13).

Desde la caída en el huerto del Edén, la serpiente, el adversario, quiso impedir el plan redentor de Dios destruyendo su linaje escogido: estuvo con Caín (1 Juan 3:12); estuvo en la desobediencia que hizo que Dios redimiera a la humanidad a través de Noé (1 Pedro 3:19-20) y estuvo personalmente cuando tentó a Jesús en el desierto (Mateo 4:1-11).

No ha podido ni podrá impedir los planes del Todopoderoso. Satanás lo que siempre ha querido es que el mundo se incline y lo adore como a Dios.

Este conflicto, que lleva siglos y siglos, continuará hasta que se cumpla el tiempo de Apocalipsis 20:10: “Y el diablo que los engañaba fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”. El reino e influencia temporal de Satanás abarcan el primer y segundo cielo, pero él también anda rampante por toda la tierra (Job 1:7). Lo que debemos recordar y recordarle es que su autoridad siempre está limitada a la soberanía de Dios, y que hay un reino mucho mayor encabezado por Jesucristo mismo.

El tercer cielo
El tercer cielo es la morada de Dios, ahí está su trono; en él está rodeado de ángeles que cantan su alabanza. Es un lugar de una belleza inimaginable (1 Corintios 2:9). En el cielo no hace falta ni sol ni luna (Apocalipsis 21:23). Es un lugar de gozo, de regocijo; no hay preocupaciones, ni llanto (Salmos 16:11), y es ahí donde los hijos de Dios recibirán su recompensa: “Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande…” (Mateo 5:12a).

El rey Salomón hizo referencia a los cielos en la edificación del templo de Jerusalén: “Y la casa que voy a edificar será grande; porque nuestro Dios es grande, más que todos los dioses. Pero ¿quién será capaz de edificarle una casa, cuando los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerle?…” (2 Crónicas 2:5-6a).

Job también habló de que hay un cielo más alto: “¿No está Dios en lo alto de los cielos?” (Job 22:12). Este tercer cielo es el mismo lugar que visitó el apóstol Juan donde recibió la revelación: “Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo…” (Apocalipsis 4:1), y también el apóstol Pablo: “Y conozco a tal hombre… que fue arrebatado al paraíso…” (2 Corintios 12:3-4a).

El cielo, el paraíso, la casa del Padre, la patria celestial, es un lugar real, donde Jesucristo ha preparado una morada para todo creyente nacido de nuevo. Nuestro último aliento en la tierra será el primer aliento en el tercer cielo. ¡Ahí será nuestro hogar eterno!… “Y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Efesios 2:6).

PREGUNTAS PARA REFLEXIÓN
1. ¿De qué nos hablan los cielos? (Salmos 8:3-6)
2. ¿Hay alguien que puede contar las estrellas? (Salmos 147:4)
3. ¿Qué busca el maligno? (Juan 10:10)
4. Cuando oras, ¿declaras la grandeza de nuestro Padre?
5. ¿Estás preparado para ir al cielo ya?

CONCLUSIÓN
Al decir “Padre Nuestro que estás en los cielos…” recordamos nuestra identidad de “hijos”, porque en Cristo fuimos perdonados, tenemos un Padre que nos ama, nos cuida y quiere lo mejor para nosotros. Él es Todopoderoso, que reina en majestad y autoridad sobre todo lo creado. Él nos ha dado una ciudadanía que no es de esta tierra, sino del cielo, donde está el trono de nuestro Padre.

ORACIÓN
Te alabamos, Padre, a Ti que estás en los cielos, que gobiernas con poder y majestad. Te damos gracias porque nos cuidas y guardas de todo mal. Ponemos nuestra vida, nuestras necesidades y anhelos en tus manos para que Tú obres tu perfecta voluntad. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, amén.

EPN-ESTUDIO 5

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