Cristo te ama

16.- Nuestro Padre Celestial-2

Para hablar de este tan vasto tema de Dios como nuestro Padre Celestial, podemos seccionarlo en dos partes para tener un mayor entendimiento de cómo llega a ser un Padre para cada creyente en Cristo, y, a su vez, lo que espera de nosotros como sus hijos. Esta es la segunda parte del estudio, y contiene diez secciones para abordar el tema.

INTRODUCCIÓN:
11. Disciplina a sus hijos
“Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?” (Hebreos 12:7).

Dios, como Padre, disciplina a sus hijos. No puede dejar de hacerlo porque de lo contrario no los amaría, los estaría dejando a la deriva en sus propios errores dejándolos fracasar y arruinar su vida; al contrario, cela y cuida todo su bienestar espiritual. No desea que se descarrilen de su voluntad para ellos. La disciplina no es castigo en sí; son exhortaciones para acercarle más a Él.
Corrige necedades y humilla en ocasiones su orgullo; otras veces les deja por escarmiento y para que obtengan aprendizaje. Es un Padre sabio que quiere lo mejor para sus hijos, por ello los corrige.

12. Un hijo no practica el pecado
“Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3:9).

Antes de venir a ser un hijo de Dios, la persona no procuraba atender la voluntad del Señor; rompía con ligereza sus enseñanzas y mandamientos. Le era indiferente si hacía su voluntad, pues no lo consideraba importante. Se enfocaba en su propia persona y perspectiva de la vida. Sin embargo, al llegar a ser su hijo abandona la vida que llevaba contraria a Dios. No desea hacer ahora nada que ofenda a su Salvador Jesucristo; renuncia al pecado y aquello que no es puro.

13. No regresa a su vida pasada
“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia” (1 Pedro 1:14).

Hay una nueva manera de vivir como hijo de Dios; todo cambia para bien suyo. En algunas personas suele ser radical este cambio, pues hablan, actúan, y reaccionan de forma diferente. Al mirar hacia atrás, se puede percatar de la vida que llevaba sin Dios: una vida vana y vacía. Entiende ahora como hijo de Dios lo mal que estaba sin Cristo, por lo que ahora su intención es seguir obedeciendo en amor a Dios por lo que hizo por él. Puede palpar que esta nueva vida es plena y abundante porque viene de Dios; tiene armonía y paz con Dios su Padre.

14. Hijos de un mismo Padre
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él” (1 Juan 5:1).

Dios quiere una familia en Cristo para su Gloria. Cada persona que se vuelve un hijo de Dios es incluida en su pueblo. Este pueblo o familia está en el mundo en cada nación por aquellos que han venido a Cristo para salvación, y tienen comunión e intimidad cristiana, cuidan unos de los otros en su andar espiritual, hay una unidad que solo Dios da en medio de ellos, leen juntos su Palabra y se reúnen para rendirle adoración. Todos son nacidos del mismo Padre y llegan a ser hermanos en Cristo.

15. Amor a la familia de Dios
“Contribuyendo para las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad” (Romanos 12:13).

Al ser de la misma familia en Cristo se apoyan entre sí como hijos de Dios. Las personas que tienen más recursos económicos abren su mano al hermano que pasa necesidad (1 Timoteo 6:18).
No obstante, todos podemos contribuir al bien de los demás. Dios premia su generosidad dándoles más para seguir cubriendo las carencias que surjan entre ellos. Además de esto, oran unos por los otros en sus peticiones, ruegos y luchas; confiesan sus faltas y ofensas para buscar la reconciliación. Claro está que, al ser hijos de Dios, no se limitan a sus hermanos en la fe; tienen disposición en auxiliar a toda persona procurando su bienestar.

16. Se deleitan en sus mandamientos
“Si sabéis que Él es justo, sabéis también que todo el que hace justicia es nacido de Él” (1 Juan 2:29).

La justicia es hacer lo recto ante Dios como Él lo indica en su Palabra, no como nosotros nos imaginemos o queramos, ni tampoco siendo esquivos o queriéndonos justificar para no hacerlo. Implica atender sus enseñanzas y mandamientos con compromiso y
seriedad; sin embargo, hacer la voluntad de Dios como Padre no es gravoso.
“Amar a Dios consiste en obedecer sus mandamientos; y sus mandamientos no son una carga” (1 Juan 5:3).
Si Jesucristo fue respetuoso de honrar a su Padre observando su voluntad, también los hijos de Dios lo hacen.

17. Viven en el Reino de Dios
“Porque Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado” (Colosenses 1:13).

Existen reinos terrenales en todo el mundo; van y vienen con el tiempo. La manera de gobernar es propia del presidente o rey que rige; cada país tiene sus criterios y leyes como fundamento de verdad, y los ciudadanos de cada país se someten a las autoridades que tienen. En el Reino de Dios hay principios, mandamientos, y enseñanzas que rigen la vida de un hijo de Dios. Al venir a Cristo, salimos de una vida errada y en tinieblas por no estar en su Verdad. La buena noticia es que hemos empezado a vivir en el Reino de Dios, aunque aún no estemos en su Presencia. Ese Reino tiene un gobierno, y su rey es Jesucristo.

18. Sus hijos como semillas
“Y el campo es el mundo; y la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del maligno” (Mateo 13:38).

Dios ve a sus hijos como semillas de trigo; el trigo produce alimento con fines loables: nutre y sustenta. En cambio la cizaña, aunque se parece al trigo, solo sirve para encender el fuego; no tiene ningún propósito. En la faz de la tierra hay multitud de pueblos que la habitan. Dios, siendo omnipresente, mira todo el mundo de un solo vistazo.
Los hijos de Dios honran a su Padre al vivir bajo sus leyes; están al tanto de los propósitos de Dios para su vida, y se enfocan en producir el alimento que Dios espera de ellos. Todo hijo de Dios da frutos por su relación íntima con Dios.

19. Reflejo del carácter de Dios
“Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).

Las personas que han venido a ser hijos de Dios han comenzado una transformación divina. La voluntad de Dios para ellos es la santidad, es decir, desarrollar su misma imagen y carácter, apartándose de lo impuro y de toda clase de mal. Este proceso durará toda su vida, hasta su muerte. La manera en que los hijos de Dios se santifican es viviendo conforme a su Palabra y con el poder del Espíritu Santo.
Cada vez que aprenden algo de Dios hacen los cambios necesarios para agradarle y rendirle gloria con su vida; son dóciles a su Palabra y corrigen las actitudes que Dios les muestra.

20. Esperanza de vida eterna
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro 1:3).

La muerte no acaba con todo. Los hijos de Dios tienen una promesa en la cual creen y confían: la resurrección de vida. Al morir puede haber lloro y dolor por el momento; sin embargo, no todo está perdido. Tienen una esperanza firme y sólida, y esta se basa en que Cristo su Salvador y Señor resucitó de entre los muertos por el poder de Dios. Al tener al mismo Dios y Padre que Jesús, Él mismo resucitará también a sus hijos en Cristo en el final de los tiempos.

PREGUNTAS PARA REFLEXIÓN
1. ¿Sabías que para disfrutar de la comunión con Dios y conocerle hay que obedecerle por amor? (Juan 14:23).
2. Uno de los mandamientos mayores que Jesús dio fue amar con el mismo amor que recibimos (Juan 13:34).
3. Nunca dudemos de que la disciplina que imparte Dios a sus hijos siempre traerá grandes bendiciones (Hebreos 12:10).
4. Regresar a la vida pasada de antes de conocer a Dios nunca será una opción; al contrario, despojémonos del viejo hombre (Efesios 4:21-24).
5. Dios como Padre garantiza la resurrección para vida eterna en Cristo, y eso debe llenarnos de gozo y esperanza (1 Pedro 1:3).

CONCLUSIÓN
“Así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque Yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16).

El apóstol Pedro relacionó nuestra vida en Cristo directamente con la persona de Dios. No aplicó mandamientos rígidos que seguir; de hecho, toda enseñanza impartida por Dios es fácil de llevar, ya que el detonante es el amor a Él y lo que hizo por nosotros (1 Juan 5:3).

El creyente navega contra corriente en este andar terrenal. Su carne, el mundo y el diablo querrán sacarlo del camino (Santiago 1:13-15, Juan 17:14-15, 1 Juan 2:16). Jesús mismo pidió a su Padre que guardara a los que han creído en Él. La manera de hacerlo es atendiendo su Palabra: “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17).

Recordemos que somos sal y luz de la tierra (Mateo 5:12-14). Todo nuestro hablar, acciones y conducta deben glorificar el Nombre de Dios. Dios nos llamó a salvación por medio de su Hijo, pero también a un andar santo delante de Él. “Despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:1-2).

PDLB-NUESTRO PADRE CELESTIAL (PARTE 2) 16

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